CRÓNICA DE UNA HAZAÑA
Sábado 17 de diciembre, 2011
Me miro el tobillo derecho. Tiene
el doble de diámetro que el izquierdo. El esguince se manifiesta en todo su
esplendor, haciendo desaparecer a los huesos y tornando toda la zona de un
color rojo violáceo.
Me miro las plantas de los piés.
Ampollas de 3 cm de diámetro que impiden caminar.
Tomo la dosis de diclofenac y de
ibuprofeno de la hora.
Parece la narración de un momento
de angustia y depresión, sin embargo lo que siento es una euforia y una alegría
tan grandes, que no quepo en mis atuendos.
Terminé La Misión Race. Una de
las carreras de montaña más complejas de Sudamérica y tal vez del mundo.
Muy difícil narrar con palabras
lo que se siente en estos momentos. ¡La satisfacción es infinita!
¡Gracias a Dios y a todos los que
de alguna manera u otra, me ayudaron a cumplir este objetivo!
Largamos 343
Llegamos 236
Abandonos 107 (31%)
Quedé 154 en la general
Sábado 10 de diciembre, 2011
Subo con Steve, mi amigo de toda
la vida y compañero en esta aventura, al ómnibus que nos llevará a San Martín
de los Andes.
Nos enfrentamos a recorrer una
distancia de 167 km a través de la majestuosa Cordillera de los Andes. 8000
metros de ascenso acumulado y 76 horas para completarla.
Tomando como referencia la
carrera Yerba Buena-Tafí del Valle, que completé en mayo último, fabriqué una
tabla con un plan que indica lo siguiente:
Primera jornada: 52 kilómetros en
13 horas. Dormir 5 horas.
Segunda jornada: 64 kilómetros en
16 horas. Dormir 5 horas.
Tercera jornada: 44 kilómetros en
11 horas. Llegada el miércoles a las 13 horas.
Discutimos y bromeamos detalles
con Steve respecto al plan. No teníamos idea que lo que nos había armado el
Guri Aznarez (Director de la carrera) sería una realidad muchísimo más
compleja…
Domingo 11 de diciembre, 2011
Llegamos a San Martín y nos vamos
a la casa de Kevin, otro amigo de la infancia, que nos brindó su hospitalidad e
hicimos base allí. Llevo mi mochila preparada. Pesa 8,5 kg. Le agrego el agua y
se va a casi 10 kg. Me entusiasmo pensando que a lo largo del recorrido irá
bajando de peso, al ir consumiendo la comida y geles.
Viene Tomás a la casa,
corredor de mucha experiencia y amigo, con algunas Misiones en su historial,
pero no será de la partida esta vez. Me empieza a doler la garganta.
Son las 18:00,
hora de ir a acreditarse. Excelente la organización. Nada de esperas, recibimos
el chip, la pechera, radio, vale para el guiso en la cantina y en unos minutos
completamos los trámites. Veo y me presento a Marcelo Sere que estaba con el
Canalla. Lo mismo con Estebita. ¡Un placer conocerlos personalmente!
Luego charla técnica del Guri y
del Doctor de la competencia. Como buen ingeniero calculo la concurrencia a la
charla: unas 500 personas. Teniendo en cuenta que había bastantes familiares,
deduzco que de los 700 supuestos inscriptos, al menos 300 se habían bajado.
Finalmente largamos 343.
El dolor de garganta se transforma
en anginas, y siento unas líneas de fiebre. Pienso que me bajaron las defensas.
Mi gran temor las semanas antes de la Misión fue una leve tendinitis en el
tendón de Aquiles derecho. Nunca había tenido esta lesión, que creo fue una
secuela de haber corrido el maratón de
Buenos Aires en octubre. El último mes casi no corrí. Pero hice bici y tres
sesiones de gimnasio. Me bajaron las defensas por la preocupación del talón. La
garganta es un fuego. “Tengo que empezar la carrera ya, y ahí desaparecerá todo”,
pienso.
Lunes 12 de diciembre, 2011. Largada hasta PC2
¡Llegó el día! Me
levanto a las 08:30 y ultimo detalles. La ansiedad me carcome. ¡Quiero largar
ya!
10:15 llega el taxi. Directo a la
costanera del Lácar.
Me encuentro con Sergio Moya, nos damos un abrazo y nos
deseamos suerte. ¡11:05 largamos! En este tramo subimos al Cerro Colorado. Un
ascenso duro de unos 800 metros.
Una vez arriba, la naturaleza nos regala la
primera vista majestuosa. El cordón montañoso en todo su esplendor. Se destacan
el siempre imponente Lanín, el Villarrica, con su manto de nieve interminable y
el Puyehue, escupiendo cenizas sin cesar. Abajo los lagos Lácar hacia un lado,
y el Lolog hacia el otro.
Llega la peor parte de esta etapa: el descenso. Bien
técnico. De mucha pendiente, senderos angostos, blandos, y la tierra y pequeñas
piedras no piden permiso para introducirse en las zapatillas y medias. Comienza
así un desgaste de los piés que se prolongaría durante toda la carrera sin
solución de continuidad. La garganta molesta, pero menos. El talón de vez en
cuando avisa que está mal. El dolor es un poco más fuerte que el de los días
pasados, pero totalmente soportable. En el trayecto aparece Chello y se
presenta. Viene con su mujer, que está descompuesta. Intercambiamos algunas
palabras y se quedan atrás.
Llegamos al PC2 Boquete a las 23:30. En el control
me piden mostrar la radio. Lo hago. Hemos recorrido 52 km y estamos muy
contentos ya que cumplimos el plan. Estamos 149 en la general. Nos preparamos
unos tallarines con salsa bolognesa que son un manjar. ¡Cómo los disfrutamos! Nunca
dudé en llevar o no el calentador, y me felicito por tal decisión. En realidad
ya venía relamiéndome al pensar en el banquete ¡desde las
últimas tres horas!
Nos vamos a dormir y noto que Steve no pone el despertador.
Yo tampoco lo pongo. Estamos cansados. El descenso nos consumió. A lo largo del
tramo tomé mucho gel con cafeína y no me
puedo dormir. Doy vueltas en el vivisac. Agradezco a Dios que el tendón no
molestó y para ese entonces, mi cerebro había anulado el dolor de garganta. Actúa
la conciencia y pongo el despertador a las 05:00. Finalmente logro conciliar el
sueño pasadas las 02:00.
Martes 13 de diciembre, 2011. PC2 hasta PC Camino
Suena la alarma y salto
del vivisac. Steve la escucha y se levanta también. Nos hacemos un café con
leche bien caliente y partimos. El sendero que bordea el Lago Lolog hasta
Auquinco es un martirio. Sube, baja, es cerrado, blando, con piedras y ramas.
Pero
luego comienza la parte que sería la que más disfruté de la carrera: desde
Auquinco hasta Laguna Verde. Son 31 kilómetros que recorremos cada uno a su
ritmo. En varios puntos nos separamos con mi compa, y luego nos volvemos a
juntar en algún descanso. Esta forma de encarar la carrera se fue dando en
forma natural, y creo que ha sido acertada. Es muy difícil y hasta
contraproducente creo yo, marchar siempre al ritmo del más lento. Esto retrasa a
ambos y atenta contra la cabeza. De la manera que lo hicimos, te vas
compensando y al final los tiempos se balancean si ambos compañeros tienen un
nivel similar. Cruzamos el Río Auquinco. Venimos bien. Regulando. Parece
mentira que sólo dormimos tres horas y estamos llenos de energía.
Me tropiezo
con una rama y caigo al piso. Me levanto. Parece que está todo bien, pero no.
Pasan quince minutos y me doy cuenta que en la caída perdí una de mis dos
caramañolas de 600 ml. Sin la provisión de agua estoy afuera. Seguimos
adelante. A los diez minutos Steve ve una botella de Powerade vacía. Otro que
se cayó y me dejó de regalo su recipiente divino. Este es el factor suerte que
nunca hay que menospreciar.
Entramos al Valle y encaramos la subida al
Portezuelo.
Mientras avanzamos, replanteamos la estrategia original. Hacer 64
km hoy, implicará tener que hacer noche arriba, en los filos. Tomamos
conciencia de nuestro estado al momento, que no es malo, pero que claramente no
da para encarar la subida hoy. Decidimos llegar a la cantina (kilómetro 98),
comer el guiso y luego seguir hasta la base del ascenso a los filos (PC del
Camino) y dormir allí.
Clavo el bastón, se traba entre dos rocas. La pendiente
no me dio tiempo de levantarlo y lo desplazo hacia adelante. La palanca lo
quebró. ¿Será que es martes 13 que me están pasando estas cosas? Analizo lo que
quedó del palo. Noto que si estiro al máximo los dos segmentos que quedaron,
logro tener una herramienta de apoyo no tan eficiente como antes, pero mucho
mejor que no tener nada. Acorto el bastón sano de manera que queden iguales, y
sigo.
Las tres horas antes de llegar a
la cantina las hago solo. Steve se adelantó, y vengo regulando casi
científicamente el esfuerzo. Y lo más importante, disfrutando la belleza que la
naturaleza generosamente me regala. ¡Qué maravilla! Ingreso al arenal negro del
Volcán Achen Niyeu. Imponente. Saco fotos y filmo unos segundos.
Me pongo los
auriculares y escucho música. Van 90 kilómetros. Me siento cansado pero entero.
Mis piés se hunden dos centímetros con cada paso en el suelo gris oscuro. Las
partículas de ceniza entran en las zapatillas y continúan el preciso limado de
mis piés.
Llego al borde de la
Laguna Verde, luego de otro descenso de 400 metros extenuante. Hay que rodearla
para llegar al PC4. Me animo. Sin prisa y sin pausa avanzo firme. Llego al
puesto de control que tiene la única cantina del recorrido, a las 19:03. Sigo
en posición 149 en la general. Me piden mostrar la campera y el vivisac. Lo
encuentro a Steve. Me pido el guiso y disfruto a más no poder la Coca Cola. ¡Ya
tenemos 99 kilómetros adentro! Elongo un poco. Limpio y envaselino los piés.
Ahora viene una parte muy difícil el ascenso a los filos. 1000 metros de
ascenso desde aquí, y luego subidas y bajadas por cuatro cimas de unos 2000
metros de altura. Muchos abandonos en este lugar.
Tenemos que hacer 11 kilómetros
más hasta la base de ascenso a los filos. A las 20:00 continuamos en búsqueda
de este objetivo. Es un camino vehicular, de ripio, con ascensos leves.
Teniendo en cuenta lo cansados que estamos, que es de noche, que cada coche que
pasa nos sumerge en una nube de polvo, que nuestras propias pisadas levantan
polvo, este tramo es un suplicio.
Finalmente vemos una
combi blanca. Llegamos al PC del Camino. Son las 23:00. Nos preguntan si hemos cargado
agua en el arroyo de los Pinos. Nos miramos con Steve desconcertados. Ése era
el punto a utilizar. Ya no hay más agua hasta los filos. Imposible encarar la
subida con el suministro que nos quedaba. Había que desandar 1 kilómetro hasta
el arroyo. Lo hacemos mañana. Estamos extenuados.
Hoy no tomé geles. Quiero
dormirme enseguida. A los costados del camino, el terreno baja con pendiente y
está lleno de ramas y piedras. ¡No hay lugar para extender el vivisac en un
plano horizontal! El cansancio puede más. Limpiamos un poco la superficie y
desenrollo el vivisac sobre el plano inclinado. Hace mucho calor. Me meto en la
bolsa de dormir, pero no aguanto la sofocación. Me desnudo y uso la bolsa de
colchón adentro del vivisac. Pongo la alarma a las 05:00. Me deslizo sin
quererlo hacia abajo. No puedo dormir. Me empiezo a desesperar. Pienso en
tirarme al costado de la ruta, pero lo descarto. Me deslizo otros centímetros
hacia abajo. Salgo del vivisac, desnudo. La noche es de ensueño. La vía Láctea
es una mancha blanca que no deja ver huecos oscuros. Orino y me vuelvo a meter
en el saco. Logro encajarme contra un tronco. Se me clava en la cadera, pero ya
no me deslizo. A eso de las 03:00, me duermo. A las 04:00 me despierto y ya no
logro conciliar el sueño más.
Miércoles 14 de diciembre, 2011. PC Camino hasta el PC6 Villa Lolog
A las 05:00 suena el despertador
y me levanto. No me duele ningún músculo. Siento hinchados los piés y sus
plantas sí molestan. Me envaselino bien. Le digo a Steve que no tiene sentido
que vayamos los dos a buscar agua. Me declaro voluntario y voy yo solo con las
cuatro caramañolas. Voy cruzando corredores que han hecho noche en la cantina. Algunos
me preguntan si estoy bien. Todos saludan. Tardo 20 minutos en llegar al
arroyo. Cargo agua y vuelvo. El pequeño error nos provoca un retraso de una
hora, y a mí un extra de 2 kilómetros en mi físico.
A eso de las 07:00
encaramos el ascenso. Ya teníamos 110 km adentro, y el ascenso se hace sentir.
El paisaje balancea el cansancio. Unas vistas majestuosas de la cordillera y
los lagos.
Son cuatro cimas que tenemos que alcanzar, todas alrededor de los
2000 msnm. Es durísimo alcanzar una cima y ver a lo lejos la próxima cumbre.
Bajando unos 200 metros de desnivel, para luego volverlos a subir.
Van
apareciendo los manchones de nieves eternas, que ya son hielo. Aquí una de las
partes más divertidas.
Tengo que bajar por uno de ellos. Comienzo de pié, pero
es demasiado esfuerzo. Me siento y ¡empiezo a deslizarme! Fue un culipatín de
unos 150 m de extensión. ¡Me volvió la alegría y las ganas de seguir!
En los filos nos cruzamos varias
veces con el Doc, Manuel y un par más de corredores que vienen juntos. El Doc
es un corredor, traumatólogo, que le han entregado un escudo con la Cruz Roja y
reparte atención médica y remedios a los que lo necesitan. Él mismo viene mal
de una pierna.
Finalmente llegamos a la cima del Cerro Aseret a las 15:03. Acá la mayor decepción.
Estábamos convencidos de que ahora comenzaría el descenso. Sin embargo, el patrullero
nos indica que todavía nos falta ascender a la cumbre del Cerro de la Península. Lo vemos lejos… muy lejos. Hay que bajar un desnivel de 200 m y volver a subir hasta los 2000 m. No lo pensamos más y seguimos.
En este tramo Steve se adelanta,
y yo voy regulando. Escucho música. Llego a la cima del Península y comienzo a
bajar. Las ampollas en las plantas ya son muy molestas. La bajada hasta el
bosque es compleja. Mucha piedra y terreno flojo. Piso mal y me doblo muy
fuerte el tobillo derecho. Con la música, no pude escuchar si el tobillo sonó o
no. Maldigo. Dentro del minuto, el dolor cesa, y continúo. Luego resultaría ser
que aquí me esguincé el tobillo derecho.
Me quedan 200 ml de agua a la que
le había echado Total Magnesiano. Tengo que regular el agua. Hace muchísimo
calor. Es agobiante. Tengo sed y tomo un sorbo. Los tábanos me tienen loco. Ya
maté a unos 20, pero siempre tengo 3 ó 4 revoloteándome alrededor. Otra vez
pongo música, y los dejo de oir. Llego al bosque. Se me acabó el agua. Tengo
una sensación de náuseas pero que no llega al vómito. Escucho el suave murmullo
de un arroyo. Sigo bajando. El arroyo no aparece. Me duele la cabeza. El
murmullo se hace más fuerte. ¡Bien! Me estoy acercando. Paso a dos corredores
que la deshidratación los tenía vencidos. Sigo bajando. El arroyo ruge, pero no
aparece. Quince minutos más y ¡llego al oasis!
Una decena de corredores
refrescándose en las márgenes y dentro del arroyo. Me siento en la orilla.
Cargo ambas caramañolas y las bebo completamente. Más de un litro de agua de un
saque, adentro. Lo veo a Steve, charlamos un rato y sigue camino. Me mojo la
cabeza, limpio y envaselino los piés y sigo. Siento frío. La senda bordea el
arroyo y de pronto hay que seguir por adentro del mismo. Alrededor de 1 km de
la carrera navegando dentro del agua. Siento más frío y estoy exhausto.
Sigo
bebiendo. Una vez fuera del arroyo me ocurre algo increíble. El fluido del
arroyo me provocó un efecto energizante. Me siento en éxtasis. No acuso
cansancio y encaro la bajada con un ímpetu que no está alineado con los 130 km y
4 horas de sueño que llevo encima. Lo paso a Steve en un sector de subida, y
luego en la bajada ¡empiezo a correr!
De todas formas, siempre voy controlado.
¡La carrera no termina aún! Las ampollas en las plantas de los piés ya duelen
muchísimo. Lo único que deseo es llegar a Puerto Arturo. Habíamos planeado
dormir un rato aquí. Los alcanzo al Doc y a Manuel. Paso cerca de 10 corredores más en este tramo. Me siento
feliz. ¡La Misión es mía!, pienso. Llego a Puerto Arturo a las 21:30. El control lo hace un viejo conocido, el Gringo. Me anota y recomienda que siga
hasta el PC6 en Villa Lolog. Que quedarse aquí tendría un alto riesgo de no
terminar.
Faltan 10 km hasta Villa Lolog y luego 17 km hasta la llegada. Que
los primeros 10 km son fáciles, pero los últimos 17 no tanto. Además el PC
cerraría a la mañana del jueves. Una vez cerrado, quedaríamos afuera.
Había que seguir. Lo espero a
Steve al costado del Puesto de Control. A través de lo que escucho en la radio,
cada vez me convenzo más que hay que seguir. Llega cansado. Necesita dormir.
Quiere quedarse a descansar acá. Insisto. “Ok, comamos y seguimos”, dice. Nos
preparamos otro manjar de pastas con salsa de carne. Reponemos energías y
seguimos. Acá dejo de disfrutar la carrera y empieza el martirio. Las ampollas de
los piés ya no son un dolor soportable. Cada pisada es un clavo que se me mete
por las plantas. Y en este trayecto el esguince dijo presente. Ya no logro
caminar normalmente, aunque lo haga lento. No tenemos más ibuprofeno, así que
me tomo un diclofenac. Continuamos a marcha muy lenta por la calle hasta Villa
Lolog. Nos pasa el Doc con su troupe, a la cual se había agregado un corredor
de Paraguay que decía que iba a abandonar porque tenía un calambre en el
aductor.
A la hora empieza a
hacer efecto el medicamento, y podemos apurar el paso. Volvemos a pasar al Doc.
Steve propone que no paremos en Villa Lolog, y que sigamos a la meta. Acepto
inmediatamente. El sólo hecho de pensar que en 5 ó 6 horas más se terminaría
este suplicio, me vuelve a dar energías. Pero ahora con estas lesiones en los
piés, estoy muy preocupado. Estoy al límite.
Jueves 15 de diciembre, 2011. PC6 Villa Lolog hasta la Llegada
Llegamos al PC6 a las 02:28. Hay
varios corredores durmiendo. Steve cambia de opinión y dice que si sigue se
quedará duro. Lo intento convencer para seguir. No hay caso. Empieza a buscar
un lugar para acostarse. Le digo que yo voy a seguir. Que tengo pánico de parar
y que las lesiones se agraven. Que no me quiero enfriar. Pero esta parte que
sigue es la más complicada en cuanto a no perderse. Y es de noche. Recorro el
PC en búsqueda de corredores que piensen seguir. El Doc y tres más van a
continuar. Le comento esto a Steve y al ver que somos un grupo, decide seguir
también.
Tenemos todos el mismo avance
lento, por suerte. Reparto diclofenac a casi todos. El Doc ya no tiene. Esto
ayuda con el esguince, pero nada calma el fuego ni los cuchillazos en las
plantas de los piés con cada paso. Nos encontramos con 3 corredoras, lideradas
por una bahiense. Ahora somos 9 y nos vamos dando aliento entre todos.
Terminamos de subir el desnivel de 300 m y comienza el descenso hacia Laguna
Rosales. El Doc con su pierna no logra seguir el ritmo, y el grupo se separa.
Seguimos con las chicas unos 5 km más, y luego se quedan atrás. Avanzamos. El
dolor ya es insoportable. Paro e intento un vendaje con cinta adhesiva en ambos
piés. Avanzamos. Faltan dos horas. Voy a llegar. Una de las cintas no funcionó.
La saco.
Encaramos hacia San Martín. Aún no vemos el Lácar. ¡Terminamos el
sendero! Salimos a la ruta. Encaramos a la izquierda. Hacemos 600 m y dudamos
si estamos bien. Volvemos 400 m. Pasa un coche y nos grita que ¡estamos yendo
al revés! Damos la vuelta y seguimos. Ya estamos.
Entramos al pueblo. En cada paso
siento que me desmayo del dolor. Pero voy a llegar. Pasa Tomás y nos alienta.
Todos en el pueblo nos alientan. La última dosis de aguante, ya no tengo más
(ahora que lo miro hacia atrás, lloro al escribir y recordar estas últimas dos
horas). ¡Llegamos! Son alrededor de las 09:00. ¡Dos Misioneros más en el
historial de esta carrera increíble!
El plan original no se cumplió,
los piés destruidos, pero ¿qué importa? Todo esto es nada frente a cruzar paisajes soñados, tener el temple para
superar todos los obstáculos, disfrutar de una camaradería pocas veces vista, y
la satisfacción de poder gritar hoy ¡MISIÓN CUMPLIDA!
Qué buena historia. Felicitaciones!!
ResponderEliminartremenda!! este año se vuele a San Martin he intentare realizar mi Mision.. !! gracias por este relato.
ResponderEliminarMuchas gracias, Franco. Muchos éxitos en tu aventura!
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